HISTORIA NO CONTADAS DE PERSONAJES DE LA MÚSICA.
Y la despedida de la noche, que sin saberlo ha de ser la despedida de todas las demás noches, llega con «Can’t Help Falling in Love». Entre cabellos sudados y ojos batallando por mantener esa ranura apenas suficiente para mirar a miles de adoradores, Elvis dice: «Gracias, son un público fantástico». Al pronunciarlo, barre la «s». El agotamiento no es exclusivo de este concierto de domingo, sino de la vida que está a punto de extinguirse.
La interpretación culmina con el astro del traje blanquecino y dorado saludando a los fans que le rinden culto en el primer cordón de butacas. Los gritos rebotan como globos en los muros de la Market Square Arena de Indianápolis en este 26 de junio de 1977 y el eco sobrevuela las cabezas de quienes no saben que serán los últimos cómplices de Presley en directo.
Entre los posibles más inauditos, el Rey morirá durante el verano con la sintomatología de un cualquiera que no ha custodiado su salud. El 16 de agosto, el hombre que canta como ningún otro la pieza escrita dieciséis años antes por el compositor George Weiss será hallado por su novia Ginger Alden inconsciente, con la espalda torcida en el baño de su mansión, la lengua tiesa y exhalando ínfimos hilos de aire, derrotado por la desmesura, la hipertensión, una alta presión sanguínea y una cardiomegalia. Su fallecimiento avisará al mundo que hasta las deidades con voz irrepetible tienen la misma longitud y fragilidad de quienes desayunan a diario en las banquetas, y que pareciera más conveniente morir de tajo que con un rostro que la vejez va apretujando sin misericordia día tras día.
Considerada por muchos como la más grande canción romántica jamás escrita y condimentada con las voces aterciopeladas de The Jordanaires, «Can’t Help Falling in Love» no fue tan apreciada en un primer momento. Según dijo Weiss al Daily Variety en 1992, la pieza que concibió en 1961 debía aterrizar en una escena medular del filme Blue Hawaii, protagonizado por el propio Presley: «Miembros de la producción distribuyeron el guion a quince o veinte compositores y me dijeron… ‘Si logras colarte a la película, bien, si no, mala suerte’. Cuando los editores escucharon ‘Can’t Help Falling in Love’, se hizo un silencio que se extendió varios segundos antes de que uno dijera… ‘Suena bien, pero preferiríamos otro ‘Hound Dog’».
Elvis insistió en la inclusión de la balada en la película y su capricho se cristalizó en una escena en la que él se la canturrea a la abuela de la chica que ama.
El tronco melódico de «Can’t Help Falling in Love» proviene de otra pieza, otro país y otro siglo. Escrita en 1784 por el compositor clásico de origen alemán, Jean Paul Égide Martini, «Plaisir D’Amour» fue el gran punto de partida.
«Antes de Elvis no hubo nada», dijo John Lennon. Y después de aquel adiós en Indianápolis que nadie sabía que realmente sería el último, muchos intentaron ser como él, pero ninguno se acercó siquiera. Aunque regordeta, sudorosa, balbuceante y distinta a la del chico fresco que cantó «Can’t Help Falling in Love» en aquella escena feliz de Blue Hawaii, la estampa de Presley exudó amor en la última gran noche de su vida. Acaso porque entre todos los males y trastornos inflamatorios que lo sentenciaron a morir como un cuarentón endeble, resaltó uno en particular: su corazón al doble de tamaño. Una maravilla poética, una bomba de tiempo.
“Take my hand, take my whole life too, for I can»t help falling
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