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sábado, 21 de junio de 2025

HISTORIAS NO CONTADAS SOBRE LOS PERSONAJES DE LA MÚSICA.

Antes de los treinta segundos, Roberta Flack pronuncia tres veces «Killing me softly with his song…» con esa voz de seda. Un segundo en silencio y germina la guitarra de Eric Gale, dejando por delante cuatro minutos para machacar a los enamoradizos con soul terso, a fuego lento. Es la versión de 1973, la que muchos románticos juzgan como la mejor de las mejores.

En enero, Flack se anotó su primer número uno en el Billboard Hot 100 y permaneció cinco semanas en la cúspide, justo antes de que Pink Floyd pusiera en circulación su inmenso The Dark Side Of the Moon y que Estados Unidos abandonara los pantanos de Vietnam. En una Norteamérica convulsa que dividía festejos y lamentos por la retirada de las tropas, «Killing Me Softly With His Song» se coló, se escurrió, se gozó y se sufrió en los rincones de un país que no sabía si seguir sangrando, empezar a cicatrizar o refugiarse en la música y cerrar los ojos y no mirar nada más.

La joya con la que Flack acaparó la programación de las radiodifusoras en ese 1973 emana de un pasaje ocurrido dos noviembres antes, cuando una chica de cabellos rubios quedó suspendida en el tiempo, en trance, sintiendo hormigueos en la piel, mirando sin parpadeo el recital de un trovador que guitarra en mano repasaba una vida muy similar a la de ella sin siquiera percatarse («Strumming my pain with his fingers, singing my life with his words…»). Matándola suavemente… sin saberlo. Un crimen sin dolo, sin premeditación.

Sucedió dentro del club Troubadour de West Hollywood. Ahí, Don McLean, con su melena estilo Beethoven, subió al entarimado para mostrar las canciones de su entonces disco de estreno, American Pie. Interpretó ante los presentes la balada «Empty Chairs» y en el coro susurró «And I wonder if you know that I never understood, that although you said you’d go, until you did, I never thought you would…» Desalmado, irresistiblemente desalmado.

En una mesa esquinada del Troubadour la chica de los cabellos rubios, con solo veinte años, desfalleció con esos versos de las sillas vacías, la vida derruida y el corazón baldío. Su nombre es Lori Lieberman y ante tal serenata sin dedicatoria, quedó a un tris de romper en llanto. Mejor opción, se hizo de una servilleta y garabateó un poema a velocidad de galgo. «Ignoraba quién era este cantante en el lugar, pero desde el momento que apareció en el escenario, me atrapó. Sentí como si me conociera y sus canciones relataran mi vida, como si le cantara directamente a mi alma», revelaría Lori mucho después.

Servilleta en mano, Lori llamó a Norman Gimbel, su manager y amor a hurtadillas, para leerle el poético garabato. Fascinado, Gimbel no demoró en compartirlo con su socio Charles Fox y entre ambos edificaron «Killing Me Softly with His Song».

En voz de Lori, la canción no encontró demasiado eco, pero Roberta Flack la escuchó en pleno vuelo en 1972. Su emoción casi derriba la aeronave. «Saqué de inmediato una libretilla de notas y oí la canción diez veces para dominar la melodía y las letras. Apenas aterricé, llamé a Quincy Jones», recordó Flack sobre el bombazo que además del primer lugar en Estados Unidos, cosechó dos premios Grammy.

«Espero que Lori sepa que estoy eternamente agradecida por su participación escribiendo esta canción«, externó Roberta en otro momento, en un texto para The Washington Post. El énfasis que dio la estrella de Carolina del Norte al reconocer a Lori Lieberman no fue casualidad, ya que por casi cincuenta años le fue negado el crédito en la composición.

En 2018 Norman Gimbel murió convencido de que el poema escrito por Lori en aquella servilleta jamás fue razón suficiente para darle mérito.


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